La paternidad, un salto de fe
Muestras de cariño y la intriga de cómo ser padre ayer, hoy... ¿y mañana?
Hola, cómo estás. Yo expectante por mi nuevo aniversario de vida. El domingo cumplo 33 (¡treinta y tres!) años y no termino de procesarlo. Quizás fue por la pandemia, que me robó mis últimos veintis, no sé… Lo que sé es que las comparaciones son odiosas y mi vieja a esa edad ya tenía tres pibes y mi viejo uno. Sí, otra época y bla. Cuando era chico me imaginaba a esta edad siendo director de una compañía, con dos hijes (la parejita, uno y una) y una casona. Expectativa vs. realidad: soy monotributista, lejos estoy de dirigir algo, más lejos de la paternidad y la casona es un departamento de mis viejes porque, como gran parte de mi generación, difícilmente llegue a comprarme una propiedad. Justo en la edición anterior hablé de la imaginación… Hay que soñar escenarios, aunque después ‘‘la vida sea eso que pasa mientras estamos ocupades haciendo otros planes’’. Entre comillas porque lo dijo John Lennon. Ojalá tuviera esa claridad, jaja.

No sé cómo pasó, pero en mi grupo de amigos la paternidad empezó a ser tema de conversación. Es un flash porque cuando éramos adolescentes, o incipientes jóvenes adultos, no lo era, pero el tiempo la juega de callado y pasa… ¡Y pasa muy rápido! De un momento a otro, casi sin notarlo, pasamos de jugar horas a la PlayStation a preguntarnos cómo sería traer unx pibitx a este mundo tan incierto. Las dudas abundan mientras que las certezas no tanto. ¿Por qué ser padre? No hay garantías económicas, tampoco sociales ni ambientales y andá a saber las emocionales. Ahora bien, ¿cuándo hay garantías de algo? Creemos que sí, pero me pregunto y te pregunto: ¿cuáles son las garantías? ¿Alguna vez las planificamos y sucedieron? ¿O en realidad pensamos que son garantías cuando en realidad ignoramos la finitud de las cosas? Medio que casi todo termina siendo un salto de fe.
Pienso en laburos que me gustaron mucho, garantías de estabilidad económica y emocional que finalmente no duraron lo que quise por diversos motivos: desde cierres hasta maltratos, pasando por sueldos insuficientes y demases. Bueno, de amores ni hace falta explicarlo, ¿no? Supongo que habremos pasado por varias situaciones. Ahí tampoco hay garantías. Lo que sí, creo que hay una y vuelvo a Lennon: ‘‘Nos hicieron creer que cada une de nosotres es la mitad de una naranja y que la vida sólo tiene sentido cuando encuentras esa otra mitad. No nos dijeron que nacimos enteros y que nadie en nuestras vidas merece llevar sobre sus espaldas tanta responsabilidad de completar lo que nos falta: crecemos en la vida por nosotres mismes. Si tenemos una buena compañía es simplemente más agradable’’.
Ya había oído esa #data de John, pero no la había escuchado. ¿Cuál es la diferencia entre oír y escuchar? Me la enseñó mi amigo Luquitas, a quien le dedico esta edición: ‘‘Oír no es lo mismo que escuchar. La escucha permite poner en pausa el movimiento externo. A partir de esa pausa, se pueden generar nuevos movimientos desde un espacio diferente’’. Qué necesaria esa pausa y qué difícil conseguirla en esta vorágine en la que vivimos, que encima sólo parece avanzar más y más…
Creo que desde hace poco estoy transitando esa pausa. Creo también que hace tiempo sentía que la necesitaba, sólo que no sabía qué era. En La resurección te lo conté: la respuesta estaba relacionada al crecer. Necesitaba ese crecimiento propio del que habla John y para eso necesitaba transitar la soledad para reflexionar sobre mi historia y así conocerme mejor para llegar a la liberación. El no frenar y darme el tiempo que sea necesario para esa reflexión creo que me hizo caer en más depresiones de las que hubiese querido. Cuando empecé con psicoanálisis mi principal preocupación era esa: qué me pasa que cada x cantidad de tiempo me vuelvo a caer. Creo que ahora estoy dando en la tecla: nunca me di el tiempo.
Por h o por b siempre estuve acompañado, ya sea con parejas, familia o de acá para allá por diversos planes sociales. Siempre tengo algo. ‘‘Siempre tenés un cumple’’, me han dicho en más de una oportunidad. Nunca me cuestioné estar tapado de cosas y ahora por primera vez lo hice: ¿y si me estoy tapando de actividades porque justamente estoy tapando cosas? Ahí estuvo mi tecla, mi Enter a un mundo nuevo. Como con todo lo nuevo, me llaman la atención muchas cosas y me voy por sus ramas. Algo así como esta edición, que empezó con paternidad y me fui un poquito, pero ya vuelvo (aunque todo está relacionado con todo). Este mundo que se abrió no es más que el anterior, sólo que ahora estoy presente: pasé de oír a escuchar, de ver a mirar y observar, del piloto automático al manual. Finalmente conecté cuerpo y alma, finalmente acá estoy. O estoy llegando. Un poco tarde, pero nunca lo es.
En mi mundo anterior tapaba con negación y la paternidad no fue la excepción. Recién ahora empiezo a comprenderla a partir de todo este proceso que te estoy contando. Obviamente que para comprenderla tuve que empezar por mi papá. Como todo padre, no alcanzará un texto para describirlo (y menos en esta edición que ya bastante larga viene como para retener tu atención en esta era donde leer cinco páginas de algo es un montón) pero intentaré resumir un poquito de su historia para volver a la mía, porque creo que de eso se trata la familia y la ancestralidad, del hilo conductor para conocernos más y mejor.
Mi viejo hoy está viejo, pero más vivo que nunca. Creo que finalmente logró conectar cuerpo y alma y poder vivir en su deseo: el fútbol. Mi mamá me dio la vida y él las ganas de vivirla porque, como conté en este posteo de Instagram, me dio la pelotita. En la edición anterior también te expresé mi descontento con que nuestra única manera de relacionarnos sea a través del fútbol, hasta que comprendí que esa era su manifestación de amor más pura y genuina. ¿Por qué? Porque su sueño era dedicarse al fútbol y su papá le aconsejó estudiar… Hasta acá sería una historia más de las cientos de miles de pibes argentinos, ¿no? Bueno, el tema es que su papá, mi abuelo, no era cualquier papá (?): había sido futbolista y director técnico. Es decir, había transitado el sueño de su hijo y, por ende, tenía llaves para facilitarle ciertas cerraduras. Te voy a contar algo que quizás sepas y profundizaré, o no, en otra edición: mi abuelo dirigió a la Selección Argentina de fútbol masculino (acá te dejo una charla que di al respecto por si querés empezar a profundizar).
Cuestión que en mi viejo recayó la época de ‘‘M’hijo el dotor’’ y no fue acompañado en su deseo de ser futbolista profesional, sino enviado a un secundario exigente como el Nacional de Buenos Aires y actividades extracurriculares como inglés y conservatorio de piano, para después egresar de Facultad de Medicina con un promedio de 9,80 (!). Acompañarlo en su felicidad era un riesgo al que no se quiso apostar y siento que eso caló hondo en él… Tan hondo que no sé si se lo cuestionó alguna vez, porque digamos que hizo lo mismo conmigo: me aconsejó estudiar en vez de seguir mi deseo. Durante muchos años lo culpé, hasta que finalmente comprendí lo que dije más arriba: no sé si se lo cuestionó. Y tiene sentido, no deja de ser un varón nacido en la década del 50. Si yo tengo el patriarcado a cuestas, imaginate él…
En mi casa, como en la de la mayoría, reinó ese patriarcado. Las decisiones eran unilaterales y, por lo tanto, eso de acompañar no se veía mucho. Sus sentimientos tampoco: un tipo de pocas palabras, menos de llanto (¿cuántas veces viste llorar a tu viejo?), cabrón, algunos chistes de salón y áspero para dar amor, o al menos en público, porque con mi vieja cerraban la puerta de su cuarto bastante seguido ahora que recapitulo, jaja, pero volvamos al acompañamiento. ¿Cómo acompaña un varón si todo gira en torno a él? Pregunta inicial que deriva en la que quiero intentar responder: ¿cómo acompaña un varón que nunca fue acompañado por ese egoísmo propio del varón? ¿Me explico? Básicamente (me) estoy preguntando cómo podemos acompañar si somos una sucesión de egoísmos.
Acompañar es dar amor; es entregarse al deseo de otra parte sin esperar nada a cambio. Esto, como casi todo, también es un salto de fe. El tema es que a nosotros, los varones, no nos enseñan a lidiar con nuestros sentimientos y emociones, entonces cómo voy a saber congeniar con los sentires de otra persona cuando no tengo resueltos ni los míos. Bah, qué resueltos, ¡ni siquiera identificados! Quizás nuestra violencia sea una explosión de todos los volcanes que tenemos tapados. No me leas con tono víctima porque no, simplemente leeme como un varón aceptando y cuestionado su analfabetismo emocional.
Así crecí en mi mundo anterior y así apliqué el amor. Una copia de mi viejo: fútbol por sobre todas las cosas, de pocas lágrimas, decisiones más unilaterales que consensuadas, repertorio de chistontos y áspero -aunque menos que él- para dar amor públicamente. Ahora habito uno nuevo, al que llegué por este proceso lleno de cuestionamientos que obviamente le trasladé. Un día, medio de la nada, me animé y le pregunté:
- Che, pa, ¿nunca pensaste en que quizás no querías estudiar Medicina sino que querías dedicarte al fútbol?
- Puede ser.
Te dije que era de pocas palabras. A mí todo esto me está calando hondo, hasta la raíz, y creo que nos encontramos ahí porque en mi raíz también está él con su historia: acaba de empezar un curso de dirección técnica. Ojalá sea su Enter a su mundo nuevo, porque nunca es tarde para reencontrarnos con nosotres mismes.
De más está decir que en todo esto también está mi vieja, pero para ella tengo que hacer una película más que un newsletter. Ella es tan grande que necesita una pantalla acorde. Esta edición es sobre paternidad, que ahora la comprendo más y casi casi que me dan ganas de experimentar, porque creo que paternar es volver a los lugares donde uno fue feliz. ¿Una especie de inmortalidad? ¿De trascender? No sé, pero lo confirmo cada vez que veo a mi viejo afuera de la cancha. Ahora que lo escribo, no me acompañó en mi deseo inicial de ser futbolista profesional pero sí me acompañó como pudo… A su manera, pero acompañamiento al fin. Llegó la hora de crecer y entender que puedo seguir tirando del mismo hilo o tejer algo nuevo, pero comprendiendo el origen de ese hilo: Nelly y Eduardo.
Antes de cerrar, un dato de color que juega con entender de dónde venimos, con nada más y nada menos que nuestra identidad, fundamental para saber a dónde vamos en esta búsqueda que llamamos vida. Mi bisabuelo, Amable Torres, le puso de segundo nombre a mi abuelo Horacio su propio nombre. Años después, Horacio Amable Torres replicó la decisión de su padre e hizo lo mismo con el mío, que se llama Eduardo Horacio Torres. Mi viejo rompió algo que podría haber sido una tradición familiar y a mi hermano le puso sólo Ramiro. Quizás, sin saberlo, Eduardo quiso empezar algo nuevo -¡y con buena intención!, porque qué bajón Eduardo de segundo nombre, jaja- pero se olvidó de algo esencial: su identidad.
Ya lo dije en la edición anterior con el meme del Rey León: podemos huir de nuestro pasado o aprender de él. El ciclo de la vida, el ciclo sin fin, por eso seguramente esté yendo y viniendo de ediciones anteriores.
Gracias por estar del otro lado, de verdad. Tu atención es mi tesoro más preciado.
Nos leemos la próxima.
Estoy amando la nueva era de Vamos Viendo.
Me encanta leer por dónde va tu cabeza de “chabón” (de los pocos que me interesan) porque traes algo nuevo y vulnerable desde una perspectiva que desconozco. Kudos! 💜💜💜💜